La voz ardiente

Aún con los ojos cerrados, tumbada entre las sabanas, se movía mimosa y juguetona. Esa mañana se despertó excitada por el roce de su pubis contra el colchón, y mientras se acariciaba con sus dedos aún dormidos, sus pezones iban endureciéndose lentamente. El deseo se apoderó de su cuerpo, y en su mente galopaban imágenes de una voz misteriosa que le susurraba cómo la haría suya.
–Aférrate con fuerza a las sabanas, puedo sentir el calor de tu sexo palpitando. No, no abras los ojos, continúa… –le decía aquella voz que alimentaba su apetito mientras ella extasiada obedecía. –Ardes por dentro –musitaba con aliento húmedo.
Un escalofrío comenzó a recorrer su cuerpo acostado boca abajo y una lengua cálida viajaba por su espalda. Ella, jadeando, apretaba sus muslos sin poderse resistir. Se entregaba con fuerza al placer efímero que estaba sintiendo.
–¿Qué me estás haciendo…? ¡Dios! Pero… ¿qué me haces? Uff, no quiero gritar.
–Tranquila, sabes que ahora no pararé.
Su sexo latía con más intensidad, sus mejillas ardían enrojecidas, su cabello desordenado se enredaba entre las sabanas, mientras se mordía el labio inferior apretando su cara contra la almohada. Estaba llegando a la cumbre de su excitación, ya no podía mantener más su cuerpo contraído y fogoso. Y entonces, sus caderas comenzaron a moverse serpenteantes, a la vez que un hilo de voz se escurría entre sus labios jadeando de placer…
Aún con los ojos cerrados, tumbada entre las sabanas, se movía mimosa y juguetona. Esa mañana se despertó excitada por el roce de su pubis contra el colchón, y mientras se acariciaba con sus dedos aún dormidos, sus pezones iban endureciéndose lentamente. El deseo se apoderó de su cuerpo, y en su mente galopaban imágenes de una voz misteriosa que le susurraba cómo la haría suya.
–Aférrate con fuerza a las sabanas, puedo sentir el calor de tu sexo palpitando. No, no abras los ojos, continúa… –le decía aquella voz que alimentaba su apetito mientras ella extasiada obedecía. –Ardes por dentro –musitaba con aliento húmedo.
Un escalofrío comenzó a recorrer su cuerpo acostado boca abajo y una lengua cálida viajaba por su espalda. Ella, jadeando, apretaba sus muslos sin poderse resistir. Se entregaba con fuerza al placer efímero que estaba sintiendo.
–¿Qué me estás haciendo…? ¡Dios! Pero… ¿qué me haces? Uff, no quiero gritar.
–Tranquila, sabes que ahora no pararé.
Su sexo latía con más intensidad, sus mejillas ardían enrojecidas, su cabello desordenado se enredaba entre las sabanas, mientras se mordía el labio inferior apretando su cara contra la almohada. Estaba llegando a la cumbre de su excitación, ya no podía mantener más su cuerpo contraído y fogoso. Y entonces, sus caderas comenzaron a moverse serpenteantes, a la vez que un hilo de voz se escurría entre sus labios jadeando de placer…
