La última parada

Cansadas de una larga noche de diversión, caminábamos por las amplias avenidas de Brooklyn, en dirección a casa de Chloe, cuando nos invadió la tentación de hacer una última parada.
De repente, una sonrisa cómplice bastó para saber que aquel sería el pub donde acabaríamos la noche. Nos sentamos junto a la barra, observando el lugar sin perder ni un solo detalle. La luz era tenue y sugerente. Contaba con sillones de terciopelo rojo, lámparas de flecos, y un billar al fondo que atrajo nuestra atención. Por unos instantes, pensamos que estábamos en uno de esos lugares de intercambio de parejas.
El local estaba medio vacío. Cerca, a tan solo dos taburetes, un hombre con traje negro disfrutaba de un whisky con hielo. Continuamos observando el lugar y quedamos perplejas ante la presencia de una mujer que se acercaba hacía nosotras, moviendo sus senos con descaro y zarandeando sus curvas con gracia. Paró, quedando tan cerca que podíamos sentir el tacto de sus senos. De repente, se inclinó, metiendo su cabeza entre el breve espacio que separaba las nuestras, y dijo entre susurros:
– Esta noche seré vuestra camarera. Estoy a vuestra disposición.
Enmudecidas, nos estremecimos ante aquella voz insinuante, que nos provocó una gran excitación. Ella, percatándose de esto, no dudó ni un instante en acercar sus labios a los de mi amiga y comenzar a acariciarlos con su lengua, suave y lentamente, a la vez que su mano se posaba sobre mi cabeza, alborotando mi cabello con sus dedos, hasta agarrarlo con fuerza.
No podía apartar la vista de ellas. Sentía como el ardor iba creciendo en mí, con cada movimiento. Comencé a agitarme en el asiento, contrayendo mi pubis, húmedo y palpitante. Podía escuchar nuestra respiración, agitada, y sentir el temblor de nuestros cuerpos. La camarera continuaba lamiendo a mi amiga, y su mano, aún en mi pelo, me mantenía amarrada a ella. Sus labios se separaron bruscamente, y noté que su mirada, lasciva, me buscaba de manera cómplice. Acercó su boca a la mía y comenzó a mordisquear mis labios, mientras bajaba el tirante del sujetador de mi amiga, posando sus dedos, finos y alargados, sobre sus senos, buscando pellizcar sus pezones.
De pronto, se apartó de nosotras recostándose sobre la barra, y en un derroche de sensualidad, mostró su exuberancia entreabriendo sus labios, humedecidos por el pasear constante de su lengua por nuestras bocas. Permanecimos perdidas en un trío de miradas, hasta que una voz rompió el silencio demandando su atención.
No podíamos dejar de observar cómo se alejaba, con sus exquisitos ademanes y desbordando erotismo, mientras se perfilaba los labios de rojo carmín.
Cansadas de una larga noche de diversión, caminábamos por las amplias avenidas de Brooklyn, en dirección a casa de Chloe, cuando nos invadió la tentación de hacer una última parada.
De repente, una sonrisa cómplice bastó para saber que aquel sería el pub donde acabaríamos la noche. Nos sentamos junto a la barra, observando el lugar sin perder ni un solo detalle. La luz era tenue y sugerente. Contaba con sillones de terciopelo rojo, lámparas de flecos, y un billar al fondo que atrajo nuestra atención. Por unos instantes, pensamos que estábamos en uno de esos lugares de intercambio de parejas.
El local estaba medio vacío. Cerca, a tan solo dos taburetes, un hombre con traje negro disfrutaba de un whisky con hielo. Continuamos observando el lugar y quedamos perplejas ante la presencia de una mujer que se acercaba hacía nosotras, moviendo sus senos con descaro y zarandeando sus curvas con gracia. Paró, quedando tan cerca que podíamos sentir el tacto de sus senos. De repente, se inclinó, metiendo su cabeza entre el breve espacio que separaba las nuestras, y dijo entre susurros:
– Esta noche seré vuestra camarera. Estoy a vuestra disposición.
Enmudecidas, nos estremecimos ante aquella voz insinuante, que nos provocó una gran excitación. Ella, percatándose de esto, no dudó ni un instante en acercar sus labios a los de mi amiga y comenzar a acariciarlos con su lengua, suave y lentamente, a la vez que su mano se posaba sobre mi cabeza, alborotando mi cabello con sus dedos, hasta agarrarlo con fuerza.
No podía apartar la vista de ellas. Sentía como el ardor iba creciendo en mí, con cada movimiento. Comencé a agitarme en el asiento, contrayendo mi pubis, húmedo y palpitante. Podía escuchar nuestra respiración, agitada, y sentir el temblor de nuestros cuerpos. La camarera continuaba lamiendo a mi amiga, y su mano, aún en mi pelo, me mantenía amarrada a ella. Sus labios se separaron bruscamente, y noté que su mirada, lasciva, me buscaba de manera cómplice. Acercó su boca a la mía y comenzó a mordisquear mis labios, mientras bajaba el tirante del sujetador de mi amiga, posando sus dedos, finos y alargados, sobre sus senos, buscando pellizcar sus pezones.
De pronto, se apartó de nosotras recostándose sobre la barra, y en un derroche de sensualidad, mostró su exuberancia entreabriendo sus labios, humedecidos por el pasear constante de su lengua por nuestras bocas. Permanecimos perdidas en un trío de miradas, hasta que una voz rompió el silencio demandando su atención.
No podíamos dejar de observar cómo se alejaba, con sus exquisitos ademanes y desbordando erotismo, mientras se perfilaba los labios de rojo carmín.
