La fantasía de Julvet

Estambul es una ciudad de contrastes, secretos y deseos ocultos, una invitación a explorar lo desconocido. Allí fue donde Julvet descubriría, entre amaneceres rojizos y pasiones furtivas, una de sus fantasías eróticas.
En ocasiones, le gustaba sentirse fuera de control, desconcertada, para despertar su lado más oscuro y salvaje. Hacía una semana, había tenido un encuentro casual con Tarek en un café del centro de la cuidad. Él era alto y velludo, de complexión fuerte y facciones duras. Un turco de voz grave y nariz prominente que le daba un aire seductor.
Julvet, mientras saboreaba el anís de raki, le reveló a Tarek que deseaba despertarse de un modo especial, y entre suspiros le contó su más secreta fantasía.
–Te regalaré ese despertar –dijo él.
La noche fue lujuriosa. Al amanecer, cuando el sol apenas entraba por la ventana, vino de vuelta a la memoria de él, la fantasía de Julvet, quién aún dormía plácidamente con las sábanas de seda azul turquesa sobre sus nalgas voluptuosas y redondas. Él, sentado en el zarif, apreciaba su belleza frotando su pene erecto.
Sigiloso, se deslizó de espaldas a ella, y poco a poco fue abriendo sus piernas hasta cruzar el límite de su piel y penetrarla. Un largo y profundo jadeo se alzó en el aire al sentir cómo su sexo se contraía ante el calor de su amante.
Con sus grandes manos, él le tapaba la boca mientras besaba su nuca y olfateaba su pelo enredado con olor a incienso. Ella, entre el sueño y la vigilia, aún con los ojos cerrados, se entregaba efusiva a las caricias. De pronto, sintió cómo una boca de sabor desconocido y con un fresco aliento comenzó a lamer sus labios. Por unos segundos, le invadió la confusión y advirtió cómo su respiración se volvía entrecortada. Con lentitud, extendió su mano y comenzó a palpar el torso ajeno de aquél otro hombre. El deseo comenzó a escurrir entre sus piernas y su cuerpo sólo le permitió dejarse llevar para disfrutar de aquel morboso juego que horas antes había confesado desear.
–Pégate a mí –gimió el desconocido.
Tarek, cómplice, apretó sus caderas, acariciando suavemente con sus dedos los labios inferiores de Julvet que, ávidos, se tornaron enrojecidos. Las manos ociosas del desconocido se deslizaban por sus pechos desnudos, pellizcando delicadamente sus pezones. Mientras el elixir de sus cuerpos se mezclaba, la arrebatadora pasión hacía que sus cuerpos no dejaran de vibrar.
Julvet se dejó amar durante largo tiempo, sintiendo cómo su fantasía iba llenándose de ellos.
Estambul es una ciudad de contrastes, secretos y deseos ocultos, una invitación a explorar lo desconocido. Allí fue donde Julvet descubriría, entre amaneceres
rojizos y pasiones furtivas, una de sus fantasías eróticas.
En ocasiones, le gustaba sentirse fuera de control, desconcertada, para despertar su lado más oscuro y salvaje. Hacía una semana, había tenido un encuentro casual con Tarek en un café del centro de la cuidad. Él era alto y velludo, de complexión fuerte y facciones duras. Un turco de voz grave y nariz prominente que le daba un aire seductor.
Julvet, mientras saboreaba el anís de raki, le reveló a Tarek que deseaba despertarse de un modo especial, y entre suspiros le contó su más secreta fantasía.
–Te regalaré ese despertar –dijo él.
La noche fue lujuriosa. Al amanecer, cuando el sol apenas entraba por la ventana, vino de vuelta a la memoria de él, la fantasía de Julvet, quién aún dormía plácidamente con las sábanas de seda azul turquesa sobre sus nalgas voluptuosas y redondas. Él, sentado en el zarif, apreciaba su belleza frotando su pene erecto.
Sigiloso, se deslizó de espaldas a ella, y poco a poco fue abriendo sus piernas hasta cruzar el límite de su piel y penetrarla. Un largo y profundo jadeo se alzó en el aire al sentir cómo su sexo se contraía ante el calor de su amante.
Con sus grandes manos, él le tapaba la boca mientras besaba su nuca y olfateaba su pelo enredado con olor a incienso. Ella, entre el sueño y la vigilia, aún con los ojos cerrados, se entregaba efusiva a las caricias. De pronto, sintió cómo una boca de sabor desconocido y con un fresco aliento comenzó a lamer sus labios. Por unos segundos, le invadió la confusión y advirtió cómo su respiración se volvía entrecortada. Con lentitud, extendió su mano y comenzó a palpar el torso ajeno de aquél otro hombre. El deseo comenzó a escurrir entre sus piernas y su cuerpo sólo le permitió dejarse llevar para disfrutar de aquel morboso juego que horas antes había confesado desear.
–Pégate a mí –gimió el desconocido.
Tarek, cómplice, apretó sus caderas, acariciando suavemente con sus dedos los labios inferiores de Julvet que, ávidos, se tornaron enrojecidos. Las manos ociosas del desconocido se deslizaban por sus pechos desnudos, pellizcando delicadamente sus pezones. Mientras el elixir de sus cuerpos se mezclaba, la arrebatadora pasión hacía que sus cuerpos no dejaran de vibrar.
Julvet se dejó amar durante largo tiempo, sintiendo cómo su fantasía iba llenándose de ellos.
