Akin

Foto Irene de Diego.
Volvió a ocurrir. Llevábamos tres meses sin vernos y habíamos quedado para cenar en mi casa. Sonó el timbre. Cuándo le vi, mi cuerpo vibró al sentir su presencia y su olor me estremeció. Como de costumbre, había traído una botella de vino. Akin es musulmán y no bebe alcohol pero disfruta viendo cómo lo saboreo.
–Hola, te echaba de menos –le dije.
–Yo también, pequeña. –respondió con una sonrisa y la tranquilidad que le caracterizaba.
Su voz, grave, penetró mi cuerpo sin permiso y ablandó mi vergüenza. Su piel de ébano y sus ojos rasgados volvieron a parecerme irresistibles.
Durante la cena, mientras el vino mojaba mis labios, su mano se acercaba cómplice a mi muslo. Ambos podíamos sentir cómo fluía a raudales el deseo. Sabíamos lo que iba a suceder. Nuestras miradas se fusionaron y, dejándonos arrastrar por el calor del momento, recorrimos el pasillo sin dejar un surco de piel sin atender.
En la penumbra de la habitación, las siluetas de nuestros cuerpos desnudos se dibujaban sobre la pared. Mis labios saboreaban los suyos mientras el roce de nuestras lenguas saciaba nuestra sed. Su boca comenzó a recorrer mi cuello suave y lentamente, su aliento movió mi cabello y sentí sus manos firmes agarrando mis nalgas. Me arrebató del suelo con ímpetu, sosteniéndome con fuerza contra su pecho. Suavemente me recostó sobre la cama y me abrazó. Mis muslos se apretaron con fuerza para sostener mi sexo y como un acto de celebración, comenzó el baile que una vez más nos llevaría a caer en el abismo.
Al despertar, tras haber dormido alojada entre sus brazos, su sonrisa cómplice me recordó por qué siempre volvía a ocurrir.
Volvió a ocurrir. Llevábamos tres meses sin vernos y habíamos quedado para cenar en mi casa. Sonó el timbre. Cuándo le vi, mi cuerpo vibró al sentir su presencia y su olor me estremeció. Como de costumbre, había traído una botella de vino. Akin es musulmán y no bebe alcohol pero disfruta viendo cómo lo saboreo.
–Hola, te echaba de menos –le dije.
–Yo también, pequeña. –respondió con una sonrisa y la tranquilidad que le caracterizaba.
Su voz, grave, penetró mi cuerpo sin permiso y ablandó mi vergüenza. Su piel de ébano y sus ojos rasgados volvieron a parecerme irresistibles.
Durante la cena, mientras el vino mojaba mis labios, su mano se acercaba cómplice a mi muslo. Ambos podíamos sentir cómo fluía a raudales el deseo. Sabíamos lo que iba a suceder. Nuestras miradas se fusionaron y, dejándonos arrastrar por el calor del momento, recorrimos el pasillo sin dejar un surco de piel sin atender.
En la penumbra de la habitación, las siluetas de nuestros cuerpos desnudos se dibujaban sobre la pared. Mis labios saboreaban los suyos mientras el roce de nuestras lenguas saciaba nuestra sed. Su boca comenzó a recorrer mi cuello suave y lentamente, su aliento movió mi cabello y sentí sus manos firmes agarrando mis nalgas. Me arrebató del suelo con ímpetu, sosteniéndome con fuerza contra su pecho. Suavemente me recostó sobre la cama y me abrazó. Mis muslos se apretaron con fuerza para sostener mi sexo y como un acto de celebración, comenzó el baile que una vez más nos llevaría a caer en el abismo.
Al despertar, tras haber dormido alojada entre sus brazos, su sonrisa cómplice me recordó por qué siempre volvía a ocurrir.

Foto Irene de Diego.